miércoles, 14 de junio de 2017

Suelo y cambio climático: ¿y tú?


Por Celia Barbero Sierra, Asociación Reforesta


En 2017, el día internacional de lucha contra la desertificación centra su atención en los migrantes internacionales, que se estimaban en unos 244 millones de personas en 2015. El desplazamiento forzoso, es una de las secuelas más dramáticas y que mejor visibiliza el impacto diferenciado de la degradación ambiental entre las poblaciones enriquecidas y empobrecidas.

Garantizar el bienestar humano a nivel global, necesariamente implica deconstruir un modelo económico y político destinado a generar capital para unos pocos y miseria para la gran mayoría. Un modelo especializado en vender el hiper-consumo y el usar y tirar como espejismo de la felicidad, y que vuelve la espalda a todas esas personas que dejan sus sueños, oportunidades e incluso su futuro, intentando llegar a un efímero lugar mejor.

Desde la perspectiva socio-ambiental, una de las estrategias para el cambio es implementar políticas de uso y gestión de los bienes y servicios ecosistémicos, justas con las poblaciones contemporáneas y las futuras. En este sentido, la gestión sostenible del suelo como sostén físico de la vida terrestre, garante de la seguridad alimentaria y por su función en la generación de múltiples servicios (figura 1), ha de ser una prioridad

Figura 1. El suelo interviene en siete de los nueve límites planetarios identificados por Rockstrom et al. (2009) como umbrales infranqueables para que la humanidad prospere en un entorno justo y saludable. Fuente: Raworth, K. (2012).



Suelo y cambio climático, un binomio complejo

Un ejemplo contundente sobre la importancia de conservar el suelo para el bienestar de la población humana presente y futura, es su dinámico papel como mitigador o potenciador del cambio climático.

Los suelos acumulan carbono a medida que van recibiendo materia orgánica como, por ejemplo: hojas, raíces que mueren, residuos de poda que se entierran, etc. Por otra parte, pierden parte del carbono acumulado a través de la descomposición de la materia orgánica que llevan a cabo los microorganismos (figura 2).


Tras los océanos, los suelos son el mayor sumidero de carbono (C) disponible (figura 3), acumulando una cantidad de carbono equivalente a 300 veces las emisiones anuales de gases de efecto invernadero derivadas de la quema de combustibles fósiles (Schulze y Freibauer, 2005).

Figura 3. Mapa del stock de C (tn/ha) en los horizontes superficiales (0-0.3m). Fuente: Minasny et al. (2017) basado en Stockmann et al. (2015).  


El suelo es un excelente sumidero de carbono ya que tiene una gran capacidad de almacenamiento, puede tener un buen balance entre captura y emisión de C, y es capaz de retener C en el largo plazo. La capacidad de captura de carbono por parte del suelo se estima en torno a 20 PgC (20.000 millones de tn) en 25 años (FAO, 2015). No obstante, el potencial del suelo para capturar y almacenar carbono es extremadamente vulnerable a los impactos de la gestión inadecuada y del cambio climático.

Cambios de uso de suelo y emisiones

Los cambios de uso del suelo (conversión de bosques y turberas en tierras de cultivo y pastos), suponen un 10 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero de origen antrópico. En los últimos 50 años las emisiones del sector agrario se han duplicado, y si no se toman medidas para evitarlo, se prevé que las emisiones de este sector se incrementarán en un 30 por ciento adicional para el año 2050 (FAO, 2015). En definitiva, si no se controla la expansión de las tierras agrícolas y se apuesta por modelos de producción, distribución y comercialización coherentes con la salud de los ecosistemas y de las personas que en ellos habitan, el potencial del suelo como mitigador del cambio climático se limita drásticamente.

Cambio climático y retroalimentación

Considerando los escenarios de aumento de la temperatura global, los científicos estiman que el aumento en 2ºC en la temperatura para el año 2050, dará lugar a la liberación de 55 ± 50 PgC (Crowther et al., 2015).

Las variaciones del clima pueden acelerar (calor y humedad) o frenar (frío y sequía) la actividad de los microorganismos descomponedores. En este sentido, Carey et al. (2016) han comprobado como los suelos de las regiones más frías son los que más pueden contribuir a retroalimentar el cambio climático. Este equipo, a través del análisis de más de 3.800 registros a nivel mundial, ha observado que la liberación de carbono del suelo aumenta hasta que su temperatura ronda los 25ºC y sobrepasado este umbral se van reduciendo las emisiones derivadas de la respiración del suelo.

El rango de incremento de temperatura del suelo y consecuentemente de la actividad de los descomponedores, es mucho más amplio en los suelos de altas latitudes que, en los suelos de regiones templadas y tropicales, en los que la temperatura del suelo ya es más cercana a este registro de 25ºC. Además, los suelos de altas latitudes albergan grandes cantidades de carbono que, hasta ahora, debido a las condiciones de frío, habían quedado almacenadas sin descomponer y con el incremento de temperatura serán accesibles.

Estos resultados, contribuyen a resaltar la urgencia de tomar medidas inmediatas en la lucha contra el cambio climático. Si se prolonga la vigente posición inmovilista a nivel político y económico, se alcanzarán escenarios de no retorno, en los que lo que ahora puede ser una solución (fomentar la capacidad de sumidero suelo) será un problema irrefrenable (detener el efecto de retroalimentación por la descomposición de materia orgánica del suelo).

Los objetivos de desarrollo sostenible y el suelo


Afrontar retos como el cambio climático y la degradación del suelo requiere de acuerdos globales y de voluntad política para plasmar en acciones concretas lo que se recoge en las declaraciones internacionales. En este sentido, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecen las líneas maestras para trabajar globalmente por la sostenibilidad hasta 2030. De los 17 ODS y de las 169 metas aprobadas, cuatro de ellas hacen mención explícita a la necesidad de promover la gestión sostenible del suelo (cuadro 2).

Tanto los ODS como sus metas son muy poco precisos en cuanto a cómo promover efectivamente la conservación del suelo y la mitigación del clima, pero una lectura crítica hace evidente la necesidad ineludible de revisar y renovar el sistema actual de producción, distribución y consumo, especialmente en cuanto a alimentación se refiere.

Actualmente el sector agrario utiliza 4.900 millones de hectáreas y produce alimentos suficientes para abastecer la demanda mundial (FAO, 2017). Sin embargo, 795 millones de personas no tienen suficientes alimentos para llevar una vida saludable y activa (WFP, 2017) y simultáneamente alrededor de un tercio de la producción anual, se pierde o desperdicia (FAO, 2012).

Dinámicas de mercado perversas y una arraigada cultura del consumismo, instigan el producir barato a costa de: la calidad del producto, las condiciones laborales de los agricultores, la sostenibilidad ambiental y la salud de los consumidores.




Acción individual y colectiva para conservar el suelo y mitigar el cambio climático

En respuesta a los impactos socio-ambientales del modelo agroalimentario vigente, una masa crítica creciente, opta por la producción responsable y respetuosa con los límites de los ecosistemas, el uso de recursos y los ciclos naturales. Concretamente, varias son las prácticas agrícolas que facilitan la conservación y el potencial del suelo como sumidero de carbono; entre ellas cabe destacar:

  • El uso de cubiertas vegetales. 
  • El uso de enmiendas orgánicas, aprovechando los propios residuos de las cosechas, incorporando estiércol, etc. 
  • El barbecho. 
  • La rotación de cultivos. 
  • El mínimo laboreo. 
  • La siembra directa. 
  • El cultivo en terrazas en zonas de pendiente. 
  • El cultivo siguiendo las curvas de nivel. 

La implementación de este tipo de prácticas, en algunos casos, pone en valor conocimientos agrícolas tradicionales (ej. barbecho, cultivo en terrazas, rotaciones), y en otros supone una innovación para la que los agricultores tienen que capacitarse y disponer de tecnología apropiada para poder llevarlas a cabo (ej. sembradora de siembra directa). La agricultura de conservación prima la calidad del producto y el respeto al medio ambiente versus la cantidad de cosecha. Esta distinción repercute en el precio final de los productos, que internalizan costes socioambientales que en el caso de la agricultura convencional se obvian.

La disposición a pagar un precio mayor por un producto con valor añadido, como es el caso de los productos ecológicos, depende en gran medida del nivel de concienciación de los consumidores. Es en este punto, en el cuál cada uno de nosotros como ciudadanos y consumidores tenemos la posibilidad de contribuir al cambio de los sistemas de producción, distribución y consumo.

Reflexionar sobre nuestros patrones de alimentación puede contribuir a la gestión sostenible de la tierra y a frenar el cambio climático, ¿te sumas al reto?

Desde Reforesta, te proponemos que cuando vayas a comprar, cocinar o comer fuera, respondas tres preguntas antes de decidir:
  1. ¿Es un producto de temporada? Si estás comiendo naranjas en agosto y fresas en enero, tienes la total garantía de que no son productos cercanos o de que, si lo son, se han cultivado forzando los ciclos de la naturaleza y aportando insumos que implican la emisión de carbono (fertilizantes, plásticos, etc.) 
  2. ¿Son productos de proximidad? Cuanto más cerca se encuentre el productor y más corta sea la cadena de intermediarios, menor huella de carbono tendrá ese alimento y seguramente estarás pagando también un precio más justo para el agricultor y para ti. 
  3. ¿Se ha cultivado de manera responsable? No tiene por qué ser necesariamente un alimento certificado como ecológico, multitud de pequeños hortelanos y ganaderos cuidan sus cosechas y animales, con mimo y esfuerzo para acercar a sus vecinos productos, frescos, ricos y sanos. 
"Los pequeños actos, cuando se multiplican por millones de personas, pueden transformar el mundo" (Howard Zinn, 1922-2010).


REFERENCIAS

Carey, J.C., Estiarte, M., Peñuelas, et al. 2016. Temperature response of soil respiration largely unaltered with experimental warming. Proceedings of the National Academy of Sciences. DOI: 10.1073/pnas.1605365113

Crowther, T.W., Estiarte, M., Peñuelas, J. et al. 2016. Quantifying global soil carbon losses in response to warming. Nature. DOI: 10.1038/nature20150

FAO. 2012. Pérdidas y desperdicio de alimentos en el mundo – Alcance, causas y prevención. Roma. Disponible en: http://www.fao.org/docrep/016/i2697s/i2697s.pdf

FAO. 2015. Los suelos ayudan a combatir y adaptarse al cambio climático. Disponible en: http://www.fao.org/3/a-i4737s.pdf

FAO. 2017. http://www.fao.org/faostat/en/#data/RL

Minasny, B.; Malone, B., McBratney, A. et al. 2017. Soil carbon 4 per mille. Geoderma. DOI: http://dx.doi.org/10.1016/j.geoderma.2017.01.002

Raworth, K. 2012. Un espacio justo y seguro para la humanidad. ¿Podemos vivir dentro del Donut? Oxfam.

Rockström, J., Steffen, W., Noone, K. et al. 2009. A safe operating space for humanity. Nature. DOI:10.1038/461472a

Schulze, E. D. and Freibauer, A. 2005. Carbon unlocked from soils. Nature. DOI:10.1038/437205a

Stockmann, U., Padarian, J., McBratney, A. et al. 2015. Global soil organic carbon assessment. Global Food Security. DOI: doi.org/10.1016/j.gfs.2015.07.001.

WFP. 2017. http://es.wfp.org/hambre/datos-del-hambre.

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