jueves, 16 de junio de 2016

Ricardo Codorníu, versus la España seca y desertificada





Desierto de Tabernas (Almería)


Conmemorativo del Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía 

Por Enrique Morales Cano


Para sustos sobran. Trastadas, avieso trato al monte, incuria e indolencia galopante, también es bastante. ¿Esperar a defenderlo más conjunto y conjuntadamente? ¿A qué se aguarda entonces? El 40% del terreno español está abocado ya a filudas garras desertificadas. ¿Esperar más a que el estropicio se perpetúe y prosiga adelante? ¿Eso es lo aparcado en trance? Urge, a toda costa y riesgo cambiar de tornas, de una vez por todas. Dejarse de palabras huecas y traducirlas en auténticas acciones señeras. Dedicar contumaz, asidua; global y comunal esfuerzo, a implícita tarea de convertir vida por engorro, desfallecimiento y final muerte de marcado signo ecologista. Vestir descarnados paisajes a toda prisa resultante, tras de parecer haber estado asolados desde siempre. Como de vestir laminados, andrajosos y estériles llanos, sequedales anodinos y baldíos roqueros, por correspondiente y necesario, tupido manto verde.


Nada nuevo, pues, en digna especie: ya lo hizo el insigne ingeniero de Montes Ricardo Codorníu Stárico (1846, Cartagena-1923, Murcia) en la más completa, precaria soledad, aderezada de escasos o inexistentes recursos posibles. No es caso hora. Falta decir que expertos en la materia, con claro mando en plaza, no miren más para otro lado; so capa de acabar por caérseles la cara a trozos, de ominosa y forestal vergüenza. Torera, y por demás española.


Ya remedió algo de esto el insigne Codorníu Stárico, en ingente, personalísima tarea acometida en la Murcia de finales del XIX. Por algo se le llama hoy, es reconocido con entera justicia “El Apóstol del Árbol". Maestro de arduas, abnegadas tareas en recomponer pinadas, cual en Guardamar de marras. Detener alevoso avance de protervas y avezadas dunas, que llegaron a poner en peligro la pervivencia misma del pueblo. Precedido igualmente en esto por otro eximio colega que cupo en suerte, Francisco Mira y Botella. Plantó así el arrostrado murciano ristras de pinitos que las detuviera, cuando osadas dunas alcanzaban más de 20 metros de altura. Asolaron solapadas casas, cultivos y viñedos a “velocidad de crucero” de 2 a 8 metros por año. Cuando la subrepticia y bíblica plaga de langosta africana hizo inoportuna aparición, se cebó con ellos, el bueno de Codorníu no lo dudó un instante, disponiendo in situ correspondientes manadas de pavos, que dieran sabrosa, cumplida y buena cuenta del dañino intruso. Inédito en estas causas y pagos, oportuno y pionero de sesgo expeditivo. Como también filántropo, profesional visionario que se adelantó a su tiempo. Cívico altruista era, asimismo, dicho proverbial y aguerrido ingeniero. Aunque del tiempo que hace de ello, no fuera del todo seguido.
Sierra Espuña
Legó, al paso, cuanto abonó de bueno en Sierra Espuña, a la sazón, corazón seco de Murcia. Allí concuerda ahora su memoria, 93 años después de morir en paz y gloria, sin haber odiado a nadie, los tres grandes amores por él profesados; y en comandita, sólidamente hermanados y entramados. Amalgamando igualmente, sublimando el mundo y arcano de los animales, las aves y los árboles. Huyó siempre de la incuria y la indolencia. Jamás dio tampoco descanso al cuerpo, ni menos a la cabeza. Tradujo sistémica apatía generalizada y resignada, por genésica vía rápida de dedicación más encomiástica y plena en su justeza. Era singular propósito, que arrostró sin pereza alguna, pagar con bien explícita dejación de funciones y consumada tibieza. Instalar, sobre la dura costra de la tierra, la verde belleza natural a espuertas. Desidia medioambiental y comunal hallada, a cambio de total entrega y entereza pura. Engendrar particular y generoso hálito de vida, donde sólo corría el polvo amontonado que levanta el viento en olvidada tierra.


¿Cuánto pesa hoy onerosa dejación administrativa, despreocupado olvido y desinterés de algunos? Cabal silencio funcionarial y ciudadano, con vistas a celebrar, cual merecido, la próxima efeméride del 17 de junio. Día Mundial de Lucha contra la Desertización y la Sequía, que afecta tanto a España como a otras tantas y escaldadas partes del planeta. Habría de cumplirse a rajatabla general llamamiento a la razón y la cordura, abocadas a este plausible campo operativo. Está en juego, no sólo la raíz instrumental y patrimonial misma de pervivencia humana, sino igualmente la propia y amenazada sostenibilidad de nuestra tierra. Atender su voz lastimada, y el eco lamentable que trasunta. Ponernos todos manos a la obra. No aguardar siquiera que escampe, llueva, truene o relampaguee, para paliar calamitosos resultados habidos. Previstos y tradicionales incendios de verano, por ejemplo, que sin duda esperan turno entre parcial indiferencia, o simple desdén acumulativo. Antes incluso de empeorar todavía más las cosas, conjuntar proyectos, esfuerzos en favor del amplio espectro y sentido ecologista, para que, a marchas forzadas, no se prosiga deteriorándose en vano.


Existe a efecto preponderantes rubros medioambientales. Sanitarios, hasta de índole estrictamente laboral, implicados en atajar a tiempo la lacra que devora pausada, y al parecer también de modo implacable, nuestro entorno y paisanaje. Cuanto deshumaniza al hombre y su paisaje. Habrá que abrir, de par en par, como platos inclusive los ojos algún día, a incontrovertible, insobornable hecho, de que más de las 2/3 partes del territorio nacional está pidiendo la atención a gritos desde un largo atrás que parece no contar; o no se recuerda siquiera. Eso deja al suelo patrio en entredicho, en evidencia de que, buena parte de los recursos naturales, se hayan también actual y radicalmente sometidos a aridez extrema; se comportan cual constitutivos de leso semiáridos. Amplios humedales, a su vez, cabalgan a galope erigirse en espacios secos. ¡Qué decir de la erosión y sobreexplotación de los acuíferos!; del atraco insoportable, sistémico perpetrado al agro y su notable; bella y variada biodiversidad, revertido en claros descalabros incluso económicos. Por boca del Colegio de Ingenieros de Montes, pues, D. Carlos del Álamo, se da cumplida, oportuna voz de alerta. Vuelta a ser llamado de urgencia y conciencia a propia concordia participativa, en evitación de mayores desaguisados medioambientales. 
Sierra Espuña (Murcia)

Con vistas a conmemorar el próximo, e internacionalizado festejo, saca Del Álamo oportuno exhumar directrices, en su día emanadas por Codorníu a estricto respecto. Hombre de temple y principios el murciano, no se dejaba tampoco arredrar por nadie, sino apostar siempre en beneficio propio de la Madre Naturaleza. Hombre bueno, servicial y cívico a machamartillo, donde los haya, allegado a todos, fue además pionero de la Educación forestal y reforestación de España. A la que tanto quiso y adecentó de sumo con esmero, y dedicó la vida plena, revistiéndola, a toda necesaria prisa, con los alegres colores de los bosques y frescos entornos de un monte que está sano y cuidado. Artífice también de uno de los más granados; monumentales y exitosos proyectos y modelos sectoriales que salieran de experta mano. Decía sin tapujos este cartagenero, que al cabo se sabría de la cultura, prestigio; idiosincrasia y hasta proclive imaginario de un país, por implícito cuidado, calado y trato dispensado a los hermanos y franciscanos árboles. El mismo genio de Bonn, Beethoven, aseguraba amar más un árbol que a un hombre. La ONU, por su parte, se acuerda ahora memorable de esto; da la voz de alerta, que cunda en todas partes. Establece el organismo internacional prevenciones contra lacras y espectros que asola el ámbito vegetal en extensas partes de la Tierra. ¿A qué esperar más, sino continuar previsor y antañón ejemplo de Ricardo Codorníu Stárico? ¿Cabrá recordar aún más la clara, icónica impronta, sus largas y características barbas partidas que portaba de emblema y llevaba por singular bandera? Ahí están las fotos pertinentes, sudando la gota gruesa, rodeado de ayudantes y mulos con cántaros para paliar crónica sed de irredentos y agradecidos árboles de Espuña, que adoraba con toda su alma. Entorno que amasó de lleno y cuidó cándida, amorosamente, durante todos y cada uno de los exactos días de ajetreada y ejemplar vida. Cambiando la Sierra pelada que patrocinó su genio, gracias a una tenacidad radiante y cumplidamente lograda y manifiesta. A resoluta ternura hacia la propia y amada tierra. Así entre rocas, abruptos peñascales, ir sembrando como podía, a volea. A perdigonazo o cañonazo limpio, si se terciaba. Recordemos a efecto sus palabras:


“El día 19 de marzo de 1899 subí a pie al Morrón de Espuña (…) la zona, a finales del siglo pasado, dejaba mucho que desear como paraje ecológico, poco de lo cual podía ponerse a resguardo de manos aviesas, pirómanos, taladores indiscriminados y demás ‘amigos’ del monte (…) al descender atravesando la cuenca alta del Espuña, no vi ni un árbol, ni una sola encina. Deduje, por lo tanto, que había que repoblarlo todo…” (*)

(*) “El Viejo Árbol”, Enrique Morales Cano, Asociación Carolina Codorníu y CajaMurcia, página 97, Murcia, 1996, imprime Novograf, S.A.I.S.B.N.: 84-605-5194-6.

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