viernes, 24 de enero de 2014

Siete ideas para estimular el debate en torno a la Educación Ambiental

Por poner una fecha de inicio, podemos hablar de la Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII, como el momento histórico en el que arranca un proceso que nos ha llevado a una situación inédita: por primera vez la acción humana ha traspasado su habitual efecto dañino sobre el contenido (el propio ser humano y el resto de los seres vivos) y está dañando seriamente al continente: el planeta Tierra. Quienes tengan nociones de Ecología sabrán que, en este caso, continente y contenido forman una misma cosa.
Continente y contenido forman una misma cosa, pero un elemento clave del contenido, la especie humana, no lo percibe así: su conciencia está limitada. 

Según algunas tradiciones de pensamiento, como el budismo, y como cada vez más filósofos y científicos, la conciencia es una facultad que tiene, al igual que la materia biológica (y en íntima unión con ella), la capacidad de evolucionar, de adquirir mayores cotas de complejidad, lo cual le permitiría funcionar mejor. Por “funcionar mejor” se entiende percibirnos más integrados en el medio del que somos parte, una mayor comprensión de las relaciones de todo tipo que integran la existencia y, como consecuencia, un mayor bienestar. En Reforesta compartimos este punto de vista.

El proceso evolutivo de la conciencia de la inmensa mayoría de nosotros y, por tanto, de la conciencia colectiva, se ha autolimitado como resultado del triunfo de unos patrones de pensamiento que sitúan al ser humano fuera de su contexto, amputándole respecto a la madre naturaleza e impidiéndole superar su vacío existencial, origen último de sus problemas, al provocar una excesiva identificación con el “Yo”. Sirvan de ejemplo el actual egocentrismo, la exacerbada competitividad, el desaforado consumismo o el acentuado narcisismo, rasgos todos ellos protagonistas de nuestra psique. 

Esos patrones de pensamiento están caducos; la realidad ya los ha superado. De ahí que la crisis que vivimos no sea sólo económica. El malestar económico y social es sólo síntoma de una crisis más profunda, en la que hay algo nuevo pugnando por salir. Nuestro consejo es que no busquemos ese “algo” nuevo en meros cambios formales, en pequeños progresos técnicos o en cambios organizativos, todos ellos aplicables a la esfera de lo social. Busquémoslo mejor en el interior del ser humano porque, de lo contrario, continuaremos repitiendo los mismos errores.

En Reforesta no creemos que el ser humano pueda prosperar sin cambios sociales profundos, ni que la transformación del todo (Sociedad) sea posible sin que cambien las partes que lo componen (individuos). 

Como contribución a un debate al que creemos que hay que dar forma, proponemos algunos cambios conceptuales y metodológicos en la manera en que se aborda la educación ambiental.

  1. Es necesario entender que el deterioro ambiental es un síntoma más de la crisis humana, que es una crisis existencial. Otros síntomas son la pobreza y las desigualdades, los abusos de poder, la falta de escrúpulos en los negocios, la corrupción, los conflictos violentos, los extremismos religiosos e ideológicos y muchos trastornos psíquicos. En consecuencia, el camino hacia la solución de los problemas ambientales es el mismo que conduce a la solución del resto de problemas. Por ello, es preciso capacitar a las personas para entender la complejidad del mundo en su dimensión física y emocional.
  2. Tal como se ha venido practicando, en general la educación ambiental se ha circunscrito a la transmisión de información y a la realización de ejercicios y actividades destinadas a comprender el impacto ambiental de determinados comportamientos y de nuestro modelo de producción y consumo, y a procurar un cambio de actitudes y valores hacia el medio ambiente. Puede por tanto darse la paradoja, por ejemplo, de que haya personas muy respetuosas con el medio ambiente, que no lo sean hacia sus propios semejantes. O puede darse la circunstancia de que un gobierno es muy cuidadoso con la naturaleza de su territorio y, sin embargo, siembra las desigualdades sociales en su propio país o promueve políticas perjudiciales para el medio ambiente y las personas en otros países. Aunque no sea algo evidente, la pobreza y la desigualdad provocan deterioro ambiental. Todo está relacionado entre sí. Por ello, hay que dejar de hablar de “educación ambiental” y buscar una expresión alternativa. Si todos entendiéramos lo mismo por “Educación” bastaría con emplear ese término; pero como no es así, hay que consensuar otro. Entre los que circulan están “educación para la sostenibilidad”, “educación para la complejidad” o “educación integral”.
  3. Hay que descartar para siempre la idea de que el ser humano es un animal racional. La razón es un componente fundamental y distintivo de la naturaleza de nuestra especie, pero el ser humano es, ante todo, un animal emocional. Por tanto, aprender a gestionar las emociones es imprescindible para conseguir esa reconciliación de cada ser humano consigo mismo, con los demás, y con la Tierra.
  4. Lo anterior conduce a un cambio de enfoque metodológico. La educación ambiental debe incorporar el objetivo del autoconocimiento de la persona: sus impulsos, emociones, su historia personal y la forma en que ha influido en su desarrollo; debe ayudar al individuo a superar sus bloqueos, a resolver sus conflictos con los demás y a capacitarle para desplegar su potencial. Si hay algo evidente, es que alguien ensimismado con sus problemas no va a ocuparse ni de los demás ni de la protección del medio ambiente. Y menos aún si su carácter es propenso al exceso o al conflicto, debido a sus tendencias agresivas, victimistas, manipuladoras, acaparadoras, etc. Estas circunstancias bloquean la evolución de la conciencia, entendida como hemos expuesto anteriormente. El currículo escolar debe aligerar la carga de conocimientos conceptuales y abundar más en la preparación del alumno para todas las dimensiones de la vida, y no solo la productiva. Para lograrlo habrá que reorientar también la formación de los profesores.
  5. Los gobiernos deben realizar políticas públicas integradoras y que faciliten el empoderamiento de los ciudadanos, evitando las desigualdades excesivas. Cuando hay sensación de escasez, los seres vivos en general acentúan la competencia por los recursos. Sin embargo, la solución a nuestros problemas en general, y a los ambientales en particular, pasa por la cooperación más que por la competencia. El desequilibrio en el reparto de la riqueza crea sensación de escasez, cuando realmente hay más abundancia de la que percibimos, y ello conduce a la crispación y al ensimismamiento aludido en el párrafo anterior, que aleja la protección del medio ambiente de las prioridades de los ciudadanos.
  6. Aun desde la firme creencia de que el ser humano puede desarrollar un sentido individual y colectivo de la responsabilidad compatible con las exigencias de garantizar unas condiciones de vida dignas a todas las personas, no se debe pasar por alto que la experiencia es esencial en el aprendizaje, incluyendo el aprender a autoreprimir comportamientos cómodos y egoístas que inciden negativamente en el medio ambiente. Por ello deben castigarse los comportamientos irresponsables, lo cual es compatible con los enfoques humanistas expuestos anteriormente. En lo que respecta a la acción de gobiernos y empresas, deben crearse herramientas creíbles para medir su huella social, de modo que los podamos premiar y castigar desde nuestra doble condición de ciudadanos y consumidores.
  7. Deberíamos priorizar la popularización del conocimiento científico. Los avances que se iniciaron hace ya casi un siglo gracias a la física cuántica y los más recientes en astrofísica y neurología deberían ayudarnos a cambiar la percepción de nosotros mismos y del lugar que ocupamos. Este cambio de percepción por medio de la razón se enriquecería si se viera acompañado de un cambio de percepción a través de la experimentación con el propio ser, gracias a técnicas tan positivas como el yoga o la meditación.   

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