viernes, 6 de julio de 2012

¿Tiene cura la codicia?


Hace unos años leí un libro de Stanislav Grof titulado La psicología del futuro (editorial La Liebre de Marzo). Este psiquiatra ha creado escuela con el atrevido enfoque de sus investigaciones. Creo que conviene tener la mente muy abierta para, cuando menos, no despreciar hipótesis o teorías que proponen nuevas explicaciones sobre nuestro Ser, del que, en realidad, apenas sabemos nada. En fin, me pareció que merecía la pena divulgar el trabajo de Grof, y escribí en El Correo del Medio Ambiente (http://www.reforesta.es/el-correo-del-medio-ambiente/) el artículo que, algo retocado, reproduzco a continuación.


Por Miguel Ángel Ortega

Probablemente la codicia, junto a la agresividad, sea la fuerza negativa determinante de buena parte de los problemas que aquejan a la humanidad. De una u otra forma, todos admitimos que la maldad forma parte de lo cotidiano e incluso que, en mayor o menor grado, todos participamos de ella. La codicia ¿es simplemente una manifestación más de la maldad? ¿Y si la maldad, codicia incluida, fuese el resultado de las frustraciones acumuladas por la humanidad a lo largo de la historia individual y colectiva?

   ¿Dónde empieza el camino de la frustración? ¿Es posible que vengamos al mundo con la pesada e inconsciente carga de los sufrimientos acumulados por nuestros antepasados? Si así fuera, quizá tuviésemos una explicación del Pecado Original diferente de la que ofrece la Iglesia Católica.
   De dar respuesta a estas y a otras apasionantes preguntas se ocupan desde hace décadas psiquiatras, psicólogos, antropólogos y profesionales de otras disciplinas. Sus principales progresos los han obtenido rescatando y actualizando técnicas ancestrales procedentes de diversas culturas y creencias. Ello les ha permitido acumular evidencias de la existencia del inconsciente colectivo que formulara en su día C. G. Jung.
  Algunos de los investigadores de la consciencia han tenido el valor de proclamar abiertamente que la similitud de los resultados extraídos del trabajo con miles de personas de diferentes orígenes y condiciones en nuestra época y el contraste de tales resultados con la literatura médica, espiritual y filosófica de tiempos pasados avala una evolucionaria teoría: la consciencia es independiente de la materia, no es un proceso fisiológico del cerebro y sobrevive a la muerte física.
   La consciencia encarnada en cada uno de nosotros estaría cargada de información sobre las tragedias que han asolado a nuestra especie, y ese material permanecería en nuestro inconsciente afectando, sin saberlo, a nuestro comportamiento. Lo mismo ocurriría con la experiencia del nacimiento, un suceso que puede llegar a ser muy traumático por las diversas complicaciones que pueden surgir a lo largo del parto. La infancia, y muy especialmente la atención dada por la madre al hijo durante los primeros días de vida son igualmente importantes.
    Uno de los investigadores de la consciencia más afamados es el psiquiatra Stanislav Grof. En su libro La Psicología del Futuro (Ed. La Liebre de Marzo, 2002) afirma que nuestras frustraciones pueden guardar relación con las sensaciones de insatisfacción y miedo experimentadas durante el parto, ese gran esfuerzo que todos hemos afrontado para llegar al final del canal del nacimiento, el útero materno. Y, citando al también afamado Ken Wilber, explica que en esta vida olvidamos nuestra naturaleza, que es divina en el sentido de que formamos parte de la energía original, creadora y consciente. Pero, a pesar de ese "olvido", mantenemos la pulsión inconsciente de retornar al poderoso y reconfortante Origen y, por ello, "nuestras fantasías siguen creando imágenes de situaciones futuras que parecen ser mucho más agradables que las presentes", según afirma Grof, para quien esta estrategia es "una falacia de la vida humana, una estrategia de perdedor".
   La codicia entendida en sentido amplio es el anhelo de riqueza, sexo, poder, fama o apariencia, y sería una de esas fantasías y pulsiones inconscientes, una fuerza difícil de dominar que se convierte prácticamente en una forma de entender la vida. Por tanto, quienes la "padecen" son víctimas de sus propias limitaciones para dominar una energía perversa que podría estar influida por el momento del nacimiento y por el inconsciente colectivo.
   La solución a este laberinto de la existencia y, por ende, la lucha contra la codicia, pasaría por el autoconocimiento. A juicio de Grof y de otros especialistas el método más poderoso para saber quiénes somos es la experimentación de los estados de conciencia ampliada. Dichos estados se alcanzan mediante técnicas de respiración, meditación e incluso ingestión supervisada de sustancias psiquedélicas (LSD y plantas como la ayahuasca o el peyote, que algunos llaman enteógenas). Estas prácticas facilitan la conexión con el nivel transpersonal de nuestra psique y fortalecen la serenidad y el distanciamiento de los problemas cotidianos. También refuerzan nuestra intuición acerca del funcionamiento de la trama de la existencia y de nuestro papel en ella. Asimismo, podrían hacer emerger al nivel consciente informaciones alojadas en substratos inconscientes.
   A lo largo de las últimas décadas ha crecido el número de estudiosos de la mente humana que recalcan el potencial terapéutico de estos métodos y ya son decenas de miles las personas que los han vivido. Según afirma Stanislav Grof en el citado libro "una de las consecuencias más sorprendentes de estas experiencias transpersonales ha sido la aparición espontánea de una gran preocupación por las cuestiones humanitarias y ecológicas, y la subsiguiente necesidad de comprometerse con ellas".

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