martes, 4 de octubre de 2011

Maestra Pedriza

  En 1993 la compañía BP y la Asociación Reforesta iniciaron un programa educativo en La Pedriza (Madrid). Dieciocho años después, este espacio natural ha sido escuela para más de ciento veinte mil alumnos de la Comunidad de Madrid.

Como cada mañana, Rubén, Sara y Paula, se encuentran con un grupo escolar junto al castillo de Manzanares el Real. Saludan a profesorado y alumnado, y les piden que les sigan hasta el punto de inicio de la actividad que motiva la excursión de los escolares.  Se trata de unos cuarenta alumnos/as de quinto y sexto de Primaria del colegio Torrente Ballester, de Parla, una de las ciudades del área metropolitana de Madrid. El autobús abandona la cómoda carretera M-608 y se adentra por una estrecha pista asfaltada, que pronto empieza a serpentear entre modestas elevaciones. En realidad, nada hace presagiar la panorámica que se abre cuando se alcanza el Collado de Quebrantaherraduras, justo el lugar donde el bus ha de parar. Cerca, se divisa el paraje por el que discurre el inocente río Manzanares, que todavía ignora la dura vida que le aguarda unos kilómetros más abajo. Uno de sus arroyos tributarios, el de la Majadilla, va a su encuentro flanqueado por dos cuarteadas moles graníticas, que son las protagonistas absolutas del paisaje. Se trata de La Pedriza, dividida en dos macizos, el Anterior y el Posterior.

Los chicos se organizan en tres grupos, uno con cada educador/a; reciben un cuadernillo de trabajo y comienzan a caminar. Hoy no sólo van a oír hablar de animales y plantas, sino también de las leyendas de los bandoleros que transitaron por estos parajes hace un par de siglos, o de la historia de amor entre un cristiano y una mora, en los tiempos de la Reconquista, historia que acabó ciertamente mal.
Además, se incorporan contenidos referentes al cambio climático. La Pedriza es el escenario donde niños y niñas investigan la incidencia de los factores abióticos, como el suelo, la radiación solar y las condiciones atmosféricas, sobre los seres vivos. Comprueban las diferencias de temperatura, luz y humedad relativa en umbría o solana y cómo varía la vegetación en función de esas diferencias. El equipo de la ONG, que se esfuerza en adaptar los contenidos a la edad de los diferentes alumnos y alumnas, introduce la cuestión del cambio climático, y surge el debate sobre las consecuencias que este fenómeno tendrá en la naturaleza y en nuestras vidas. En opinión de Beatriz, de 11 años, a ella no le afectará mucho, porque “en casita se está muy bien”. La inocente niña cree encontrar su salvación en el aire acondicionado. Hasta hace un par de generaciones España era predominantemente rural, y los niños y  niñas crecían vinculados a los ciclos naturales. Ya no es así, y hay que recordarles que los alimentos no nacen en las estanterías de los supermercados, sino en la tierra, y que dependen del suelo, de la luz y de que la temperatura y el agua que les llegan sean las adecuadas. Cuando los educadores lo hacen, a algunos chavales se les queda cara de estar pensando “umm!,  con eso no contaba yo”.
Pero, con el entusiasmo que caracteriza a esas edades, enseguida se entregan a la tarea de ver qué cosas podemos hacer para amortiguar los efectos del calentamiento global. Es entonces cuando  llega el momento de aprender a gastar menos energía, es decir, a ahorrar; a conseguir lo mismo gastando menos o, dicho de otra manera, a ser eficientes en el gasto; y de aprender también que hay fuentes de energía que son renovables y respetuosas con el medio ambiente. Sara pregunta a los niños y niñas cuáles son las energías presentes en La Pedriza. Enseguida citan la solar, la eólica y la hidráulica, ya que el río Manzanares está a tiro de piedra. “Falta una”, les recuerda Sara. “Ah sí, la bio, bio… bio algo, “; no termina de salir, y la educadora les ayuda: “biomasa, es la de toda la vida, la leña, los restos vegetales e incluso los excrementos del ganado, con los que antes cocinaban y se calentaban, aunque ahora se preparan de manera que se obtenga más energía”.  Después utilizan la brújula  para resolver un sencillo ejercicio. Con la ayuda de Sara, Paula y Rubén, los chicos y chicas deben decidir a qué uso van a destinar cada una de las habitaciones de un piso cuyo plano figura en el cuaderno de trabajo, y dónde van a poner las ventanas más grandes, así como la orientación que le van a dar a la vivienda. También van a decidir si conviene o no que los edificios se den sombra entre ellos y a reflexionar sobre el efecto de las plantas en el microclima de nuestros pueblos y ciudades. Es la forma de introducir conceptos como arquitectura bioclimática y urbanismo sostenible.
Hoy no ha tocado, pero en otras ocasiones los educadores transportan un horno solar casero y colocan dentro una pizza, que se cocina lentamente, para ser degustada al finalizar la senda. Es una forma de ver la energía solar térmica en acción. La jornada acaba, ha sido intensa en aprendizaje y en diversión. Una mañana diferente al abrigo de La Pedriza, una sabia maestra que tiene mucho que enseñar.
Un largo compromiso con la educación ambiental
En 1993, cuando se iniciaron estas actividades educativas, la educación ambiental estaba dando sus primeros pasos. En la Comunidad de Madrid ya funcionaban algunos programas de la Consejería de Educación, y estaba empezando la moda de las granjas escuela. Pero, a juzgar por el tremendo éxito que tuvo esta iniciativa, la oferta no era suficiente para atender la demanda. Como recuerda Elena de la Casa, primera coordinadora de esta actividad “nuestra intención era enviar sobres informativos a los 2400 centros escolares de la Comunidad. Todos los días enviábamos un lote pero, cuando sólo habíamos remitido mil, tuvimos que paralizar el envío porque cubrimos todos los días y se creó una buena lista de espera”. Claro, que el programa jugaba con ventaja, ya que gracias a la aportación de la Fundación BP era y sigue siendo gratuito, de forma que los escolares sólo deben sufragar el transporte. La Comunidad de Madrid también brinda una colaboración logística. Aunque, en opinión de Verónica Orosa, actual coordinadora de la actividad, hay otros factores que explican la buena acogida dispensada por los centros escolares. Cita entre ellos los contenidos ajustados al currículo, la buena dotación de recursos tanto humanos como materiales, la cercanía de La Pedriza y el formato de la actividad. La respuesta de la comunidad escolar ha sido el mejor estímulo para que BP y Reforesta sigan manteniendo, tras dieciséis años, su compromiso con la educación ambiental.
Por Miguel Ángel Ortega Guerrero

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